El fútbol fue el consuelo
de mi infancia, mi manta de Lynus.
Nick Hornby, Fiebre en las gradas.
Con los años las pasiones no cambian, lo que cambia es la forma de exteriorizarlas. Vale para el fútbol y para la vida.
Si antes un resultado me hacía llorar o reír, los años me enseñaron que más allá del marcador está el cariño por el club. Si algo te dan los años o la madurez, que no es lo mismo, pero para el caso es igual, es sabiduría. Alguito de sapiencia. Es lo que creo. Es lo que siento.
1978 fue un año dramático para mí. Estaba en segundo de media y acababa de tener un hijo. Encima, debía pensar la relación que tendría con mi padre que hacía poco había reaparecido. Fueron años de grandes inseguridades, baja autoestima y profundos complejos. No tenía ni idea de lo que iba a pasar con mi vida, pero en mi cabeza estaba clarito el fixture de mi querido Alianza Lima.
Esa pesada mochila que era la realidad se hizo más liviana gracias al equipo.
1978 también fue el año del bicampeonato. Fue el año en que se eligió a la volante de Alianza como la mejor del mundo en la primera fase de Argentina 78. Cueto – Cubillas – Velásquez. ¡Qué orgullo! Y más. Eran los años en que el fútbol peruano se definía con un nombre y un apellido: Teófilo Cubillas. Cada tanto, el Nene sorprendía al país con un nuevo logro: mejor jugador joven del mundial, mejor gol de tiro libre de un mundial, el sucesor de Pelé, en el equipo ideal …
Por aquellos años mi estado de ánimo, mi sistema nervioso, estaba íntimamente ligado a la campaña de Alianza. Si el equipo ganaba, como cualquier fanático del mundo, yo también me sentía triunfador. Y si perdía, me hundía en una profunda “depresión”. Podía tener todos los problemas del mundo, pero si Alianza ganaba, todo estaba bien.
Pero la cosa se puso complicada. En los ochenta, los aliancistas empezamos a transitar por un oscuro túnel en el que solo vimos luz 18 años después. Fueron tiempos en donde el carácter, personalidad y temperamento del hincha de verdad fueron cuajándose. Para mí, ir a alentar al equipo, a tribuna sur por supuesto, era un pretexto para gritar a los dirigentes; pero también para renegar por el futuro incierto, los trabajos precarios y la imposibilidad de entrar a un sistema laboral, digamos, digno. Qué maravillosa catarsis resultó Alianza por aquellos años. Cada gol, a favor o en contra, me servía para liberar adrenalina y olvidarme por un momento de todas las frustraciones.
Afortunadamente las cosas han cambiado. Con varios almanaques encima, las inseguridades y la baja autoestima son cosas de un pasado muy lejano. Problemas hay, claro, siempre los habrá. Pero Alianza ya no es un refugio de mis frustraciones. Hoy mi felicidad o infelicidad ya no pasan por el marcador. Amo a Alianza más allá de lo que diga la tabla de posiciones. El amor es el mismo, lo que han cambiado son las maneras. Vibré exactamente igual el día que Leyes hizo los dos goles a Comerciantes Unidos, como en el 6-1 en el clásico del 77.
Para mí ser hincha de Alianza es saber que nunca más estaré solo. Está la familia, por supuesto, los hijos, cómo no, y todos los demás afectos, pero el equipo es otra cosa. Un hincha de verdad sabe de lo que hablo. Claro que los resultados duelen y alegran, pero la felicidad o infelicidad ya no tienen que ver con los guarismos.
Mi esposa, mis hijos y Alianza Lima. Y no necesariamente en ese orden.
Así lo vivo. Así lo siento.
Por: Carlos Bejarano (@quieropoco)