P(AL)abra Dominic(AL): Desde Afuera

El Chino Jota se levanta un poco cansado, tiene que prepararse el café de todas las mañanas y mientras la cafetera hace lo suyo, el Chino despide a la esposa con un beso y prepara al perro para el paseo de todas las mañanas. Entre tantas cuestiones, en esas caminatas con su canino, el Chino tiene muchas cosas por resolver en su cabeza. Va caminando, saluda a algunos vecinos que ya ha ido conociendo porque ni su esposa, ni su barrio son peruanos. Él probó las mieles del amor por lo que terminó migrando al país de ella donde está finalizando sus estudios. Al Chino todavía le cuesta adaptarse a esa nueva vida: no tiene amigos, no tiene familia, su única familia son su esposa y su perro, pero nada más. Por ahí una que otra cara conocida por el barrio, un tímido saludo alzando la mano y una sonrisa que es más para el perro que para él; son las mañas con las que Jota hoy tiene que convivir. Cuando le toca volver a casa, una grande con ventanas donde entra mucha luz, el Chino le sirve las pepas al perro, mientras va a pegarse un duchazo para, ahora sí, comenzar su día. Sale de la ducha, se seca, procede a vestirse según la estación y agarra su celular. “En RPP dicen que sí llega Barcos a la final”, me escribe el Chino Jota quién religiosamente todas las mañanas me deja una notificación para revisar en el Whatsapp y nos pasamos horas, casi hasta la tarde, intercambiando mensajes -mientras hacemos nuestros deberes- sobre si debe jugar este o el otro, si Chicho planteó bien el partido, si las luces y jugar en Matute nos va a venir bien para romper esa maldita mala racha que todavía no podemos exorcizar. Nunca una palabra sobre su vida allá o sobre mi situación acá, nada.


Al otro día el Chino vuelve a la misma rutina: café, beso y salida con el perro. Solo que esta vez sale de la ducha y ve que el perro no ha comido. Pasa el día y su mascota sigue sin comer e incluso nota un desgano en él. Ni corto ni perezoso y a pesar de las limitaciones con el idioma decide agarrar el carro y llevarlo a la veterinaria más cerca que el mapa le tira. Mientras espera los análisis luego de la revisión veterinaria, llega (tardía) la notificación del Chino Jota, “¿lo ganamos?” pregunta con miedo porque veníamos de perder visitando a Melgar 1-0 en un partido que parecía terminar empatado y que, por esas cosas que tiene la vida, Yordi Vílchez lamentablemente había marcado en contra. “Con fe”, le respondo convencido mientras al Chino le informaban que al perro le habían encontrado una tumoración pequeña e iban a hacerle descarte para verificar si era benigna o maligna. Y a partir de ahí la rutina un poco que cambió, pero el código de no preguntarse la vida del otro se mantuvo. Cuando podía el Chino Jota como preocupado me escribía para preguntarme si Chicho debería probar con Valenzuela de locales, que deberíamos ganarlo a como dé lugar, que no nos puede pasar lo mismo que en 2019, etcétera. De golpe la ansiedad y la necesidad de ganar eran caballos galopando fuerte adentro de su cabeza mientras la situación del perro se resolvía.

El día del partido Jota estaba peor que nunca. La angustia lo carcomía y hacía especulaciones peligrosas sobre una desgracia en Matute aquella noche. Así se pasó el día, hasta que le notificaron que su perro lo que tenía era algo benigno y que estaba fuera de peligro. Su actitud pasó de ser la más pesimista a la más optimista. “¡Carajo hoy ganamos como sea!”, me escribió de golpe luego de un fuerte debate sobre cómo debía plantear el primer tiempo y el segundo Chicho. Entre que sí debía salir a matar o esperar a la última media hora para sorprender. Yo no sabía lo del perro, pero sí entendía todos los mensajes que me escribió desde que comenzamos a hablar de Alianza. Desde la soledad de un país que no es el tuyo, sin sentir el calor de tu gente, ni compartir la misma pasión, Alianza terminaba siendo puente conector con lo que somos y seremos vayamos a donde vayamos. Esa noche el Chino Jota encontró un link donde sufrir el partido. Llegó el cabezazo de Vílchez que lo gritó como si lo hubiera hecho él mismo, abrazó al perro como si el pobre entendiera lo loco que está su humano y ante la mirada atónita de su esposa que reía al verlo explotar de alegría. Al pitazo final el Chino Jota le dijo a su esposa que iba al baño, cerró la puerta se agarró la cabeza como Lavandeira y lloró desconsoladamente. A veces el alivio encuentra caminos extraños en esas lluvias de angustia y soledad. Al día siguiente me escribió “¡campeones hermano!”, le dio un beso a su esposa, preparó el café y salió a caminar con el perro.



Dedicado a todos los aliancistas que están lejos pero cuyo corazón late cerca de nuestros colores. A ustedes.

Por: Piero Rainuzzo (@prainuzzo)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *